Muerto
el cordero, está de muerte. Yo el cordero muerto lo tengo más
asociado con la Pascua que con la Navidad, ese olor a carne y grasa
quemadas tan grato al naso siempre tan bien dispuesto de YHVH. En la
Navidad lo que hay son figuras de portal de Belén de corderos vivos,
libres o a hombros de un pastor. Pascua o Navidad, el cordero de
muerte con piñones lo está en mi plato gracias a la buena cocina y
gentil de mi vecina de enfrente, que sabe de mí desde mis infantiles
seis años, cuando ella tenía sus gloriosos dieciocho. Al cordero le
doy gusto, como Jesucristo ordena, con dos o tres copas de un gran
reserva de Tarragona salido de una mágnum, que puestos a no hacer ni
puñetero caso a lo del boicot a los productos catalanes nos tiramos
al tamaño doble.
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