jueves, 1 de octubre de 2020

 La gente percibe un almuerzo que no se ve en el plato y que se come en un par de tajadas, así que normal que haya por ahí tanto sobrepeso porque acabo de meterme ochocientas noventa y cinco kilocalorías, más que suficientes para la tarde de tensión sentada que me espera en el Santo Oficio. La verdad sea dicha, el almuerzo de hoy ha sido una guarrada.

 


 


 

La derecha está a lo que está y para lo que está. Y no digo más.

O, bueno, sí lo digo, interrogando: ¿qué pasa por la cabeza del pequeño asalariado votante de derechas? Puedo entender al parado en sus delirios de extrema derecha, al asalariado ínfimo, al jubileta analfabeto de historia. ¿Pero qué cojones pasa por la cabeza del asalariado, ese que va de los mil a los tres mil euros al mes, que visceralmente odia a Sánchez y a Iglesias cervalmente? No quiero imaginar a Casado y a Abascal gobernando en pandemia el país.


 Tendrían que abrir de una puta vez los centros de salud a la presencia de enfermos reales e imaginarios para cerrarlos todos de puta vez inmediata y a tomar por culo todo dios. Voy a ser el primero que se alegre del colapso de la sanidad aunque la marea me lleve por delante. Y sí: voy a dejar de coger el teléfono, cabrones. Para que os quejéis por algo. Me cago en vuestra puta madre.

 

Sábado para no salir de casa y holgazanear con pulpo y vino, serie y Sporting. La comodidad de engancharse a una historia de suficientes temporadas con suficientes capítulos por temporada y que te resuelve los meses tontos de lectura de Pascuas a Ramos. El Sporting que lleva a mínimos seis de seis. Un sábado entero con la pandemia afuera. En la Edad Antigua, aquella que acabó acabado el imperio marrano del capitalismo universal, un sábado entero en casa implicaba carne de cañón psiquiátrica. Han cambiado tantas cosas... Ha mutado tanta gente... Wuhan extendida me ha adoctrinado, me ha enseñado a vivir intramuros y mi misantropía, fortalecida, lo agradece.

Sé de quien una tarde me hizo comprar una cafetera italiana para no andar tanto por ahí gastando en café de cafeterías y que ahora anda por ahí, por las diferentes Españas, fotografiando plazas y terraceo. En fin. El SARS-CoV-2 está haciendo milagros.

 

Con queso, pan y vino, se anda mejor el camino. Un Adaras Aldea de 2019, de Almansa, garnacha y syrah; un queso holandés mezclado con tomate, aceitunas y albahaca; uno de oveja de corteza con romero y tomillo. No abusemos y acabemos con leche la cena para minimizar ardores de estómago.

A mí, los meses tercero, cuarto y quinto de este 2020 me tocaron del ala para no volar más. Más allá de un par de manzanas y del camino laboral de ida y vuelta, de Gijón, espejismo de caverna de Platón, no necesito nada. Gijón se lo dejo a la pobre gente que socializa; a las avecillas que, sin poder volar, se mueren; a la infeliz gallina ciega que pica el grano de las terrazas; a quienes son incapaces de vivir mediados (de plenitudes que hablen otros) sin encontrarse con otros incapaces en el bar. Anda que todavía no hay mundo por donde no transita el imbécil.

 Ante el Hospital Concertado, la gente, a lo sumo, murmura: no hay protestas a voz en cuello, y eso que llueve; no hay esa confianza vecinal de centro de salud. De uno en uno, por hora de cita, temperatura e hidrogel, nos permiten pasar: un laberinto de pasillos antes de la pandemia estancos limitado a una entrada el acceso al edificio. El demente senil le protesta a la mujer por aquí no se va; otro a la suya le pregunta a qué ha venido hoy. Sol y nubes, lluvia, enfermos crónicos. ¿Qué cojones hago yo ahí? Hago que ojo izquierdo con gafas la unidad pero ojo derecho 0,6, vago, metamorfópsico y de ONCE avanzada. ¿Cuál es el problema? Que la metamorfopsia pase al ojo de la unidad, que es el que me permite leer, escribir, ver series y trabajar. Por el momento todo bien y lo citarán por teléfono o por carta para revisión dentro de nueve meses. Si nota que algo va mal, acuda por urgencias.

 Colapso de PCR, telecomunicaciones al ralentí, positivos propios y contactos directos con contagiados de Madrid y León, el virus nos tiene asfixiados. La demanda telefónica, demencial, en treinta años que tiene el centro es la primera vez que hemos tenido que silenciarla en favor de nuestra salud psíquica: nos guiamos por la luz. Hay quien entiende, como en todo, y, como en todo, hay quien no entiende. Al que entiende se le trata con la debida corrección, que es fundamento del funcionamiento de toda república e incluso de la monarquía constitucional; al que no entiende y se pone mula, yo qué sé, depende del momento en que a cada cual nos pille y del temperamento de cada uno. Así están las cosas, que están empezando.