Con queso, pan y vino, se anda mejor el camino. Un Adaras Aldea de
2019, de Almansa, garnacha y syrah; un queso holandés mezclado con
tomate, aceitunas y albahaca; uno de oveja de corteza con romero y
tomillo. No abusemos y acabemos con leche la cena para minimizar ardores
de estómago.
A mí, los meses tercero, cuarto y quinto de este
2020 me tocaron del ala para no volar más. Más allá de un par de
manzanas y del camino laboral de ida y vuelta, de Gijón, espejismo de
caverna de Platón, no necesito nada.
Gijón se lo dejo a la pobre gente que socializa; a las avecillas que,
sin poder volar, se mueren; a la infeliz gallina ciega que pica el grano
de las terrazas; a quienes son incapaces de vivir mediados (de
plenitudes que hablen otros) sin encontrarse con otros incapaces en el
bar. Anda que todavía no hay mundo por donde no transita el imbécil.