jueves, 1 de octubre de 2020

 

Con queso, pan y vino, se anda mejor el camino. Un Adaras Aldea de 2019, de Almansa, garnacha y syrah; un queso holandés mezclado con tomate, aceitunas y albahaca; uno de oveja de corteza con romero y tomillo. No abusemos y acabemos con leche la cena para minimizar ardores de estómago.

A mí, los meses tercero, cuarto y quinto de este 2020 me tocaron del ala para no volar más. Más allá de un par de manzanas y del camino laboral de ida y vuelta, de Gijón, espejismo de caverna de Platón, no necesito nada. Gijón se lo dejo a la pobre gente que socializa; a las avecillas que, sin poder volar, se mueren; a la infeliz gallina ciega que pica el grano de las terrazas; a quienes son incapaces de vivir mediados (de plenitudes que hablen otros) sin encontrarse con otros incapaces en el bar. Anda que todavía no hay mundo por donde no transita el imbécil.

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