Albariño de Cambados con pulpo celebrando que aún no hemos enviado a la UCI de una hostia a ningún usuario. Con esta actitud posapocalíptica derivada de los apocalípticos aplausos a las ocho, el español borrego está consiguiendo que el mundo sanitario en vez de salvar su vida desee volársela de un tiro en la cabeza. En la terraza de la acera de enfrente a máscara bajada el español asnal disfruta de su cervecita. Ya llamará, desgraciado o imbécil o imbécil y desgraciado a la vez, compañero de trabajo de PCR positiva, contacto laboral sin mascarilla. Hasta en el Santo Oficio se ríen de mí. En fin. Así, empezando por nosotros mismos, es imposible. El puto hay que vivir que me deja como un talibán de la prevención, un maldito paranoico, un cagado de miedo. Pues mira, no, por mí como si el hijo de la gran puta del bicho me lleva por delante, que, a estas alturas ya, probablemente yo tenga mucho menos que perder que tú, listillo de los cojones; pero que me lleve por delante detrás de ti o contigo, hedonista simple de la polla o de tu coño cortoplacista por la edad. El puto hay que vivir que tú a toda costa, a falta de recursos, quieres seguir viviendo es incompatible con el respeto a la gente que te rodea que por tu incivismo puede palmarla o en el mejor de los casos pasarse unos meses con tubos por dentro y secuelas de por vida.
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